España
se mantuvo neutral en los años previos a la Primera Guerra Mundial, evitó la
firma de acuerdos y alianzas con ningún país y durante la Gran Guerra no
participó de manera activa con ningún bando, pero sí jugó un papel importante
como productor de recursos y suministros para la guerra.
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Sin
embargo, ¿cómo es que una potencia como España no formó parte de este gran
conflicto?
Para
empezar, el actual gobierno de Eduardo Dato interpretó que el país no estaba
preparado para entrar en la guerra, ya que carecía de recursos suficientes como
para confrontarse con países como Alemania. Esta decisión gubernamental fue apoyada
por el rey Alfonso XIII aunque él en el fondo veía la guerra como una posibilidad
de expandir el territorio español e imponer su dominio en zonas deseadas como
Tánger. El monarca, llegó a la conclusión de que estaba rodeado de políticos que
no tenían el valor suficiente como para afrontar un papel dominante en la
guerra así que por ello respetó la decisión del gobierno.
En resumen,
fue principalmente la incapacidad militar la que hizo que España no entrara en
el conflicto, ya que no disponía de armamento pesado, sólo de infantería al no
haber entrado en la carrera armamentística que había comenzado a finales del
siglo XIX,
Además,
ningún país europeo veía a España como un aliado importante y nadie solicitó su
apoyo. Esta visión que los europeos tenían era consecuencia del famoso Desastre
del 98 en el cual la armada española fue destruida casi al completo por las tropas
estadounidenses.
Por
último, cabe destacar que España había iniciado una campaña militar en el norte
de Marruecos que sólo evidenció aún más la incapacidad militar española.
Esta
neutralidad se tradujo en un gran impulso económico e industrial que permitió que
el país creciera enormemente y pudiera hacer frente a la deuda pública (más información aquí).
El
comercio exterior creció a un ritmo desconocido hasta entonces. De hecho, si en
los años de la preguerra nuestra balanza comercial tenía un saldo negativo de
entre 100 y 200 millones de pesetas, con el estallido bélico pasó a ser de unos
200 a 500 millones de saldo positivo. La razón era sencillamente que una serie
de productos de exportación habían experimentado una gran demanda en el mercado
extranjero y otros que hasta ahora no habían tenido más que un mercado
nacional, debido a las circunstancias especiales de la guerra, resultaron
rentables para otras naciones.
El
ejemplo más claro estuvo en la minería asturiana del carbón y en el hierro
vasco. En el primer caso, pasamos de un carbón que por sus difíciles
condiciones de explotación se hallaba en desventaja frente a otros carbones
europeos, a un producto que aumentó su producción entre un 10 y un 20% anual
durante los años de conflicto. Así, las explotaciones mineras del carbón
pasaron de 17.000 empleados a más de 40.000 en los cuatro años de guerra. En el
caso del hierro vasco multiplicó por 14 su cifra de negocio.
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Todo este “milagro” económico se
fue poco después de terminar la guerra. El fin de las condiciones excepcionales
supuso el fin de la gallina de los huevos de oro, y comenzó un nuevo drama para
España. Las exportaciones cayeron un 39% y seis mil empresas echaron el cierre.
La crisis de sobreproducción trajo consigo, además, un fuerte desempleo
industrial y la lucha obrera se recrudeció. Además, se tuvo que luchar contra
la mala prensa del letal virus de la gripe, que en la primavera de 1918 mató a
más de 40 millones de personas en todo el mundo, más de 300.000 personas solo
en nuestro país. Una enfermedad que no se originó en España (el primer caso fue
en Estados Unidos), pero como país pobre, secundario y encima neutral, tuvo que
cargar con la mala prensa.
Todo esto condujo al inicio de la
crisis del sistema de la Restauración.
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